Costaleras.

 

     En el número pasado colgué en el Berrido Barranca­rio un texto sobre la Semana Santa en Granada que ya tenía unos años. En él cuento co­sas que se me pasan por la cabeza en una tarde de jueves santo mientras contemplo una procesión desde el balcón después de una siesta. Entonces caí en la cuenta del personaje maricón de iglesia que es costalero y que se excita con el olor de macho sudao y aprovecha el apretuje oscuro bajo las sayas de la virgen para incitar a héteros morbosos o dudosos o incitables. Pensé en un corto sobre él. Y me recreé en la cantidad de po­sibilidades que el personaje y la situación te­nían. Podría ser maricón declarao y loca provoca­dora, podría ser padre de familia que hasta ese momento nunca lo hubiera creído pero que, podría ser macho de toda la vida pero que de vez en cuando desde niño, podría ser alguien del que nunca se hubiera dicho pero que siempre que podía lo hacía, o un místico casero que relacionara lo suya con el amor de Jesús por Juan, o... tántas cosas. Sin embargo en aquellos tiempos pensar en que hubiera tías debajo de las andas era poco me­nos que ciencia ficción.

     Hoy, jueves santo cero cinco. Caigo en la cuenta a través de las informaciones de la tele de que ahora incluso hay cofradías en las que sólo hay costaleras. Investigo en la red y descu­bro que aunque sigue siendo cosa de machos ya hay muchas por todas partes, excepto en Sevilla, donde parece ser que la tradición ha cerrado fi­las verracas contra la ingerencia de las tetas en los pasos. Normal, aquello es el no madeja do. Y el costaleromo de mi corto sería sin duda de Se­villa. Pero por lo que parece hay cofradías por ahí por el resto del mundo andaluz e hispano que de no ser por haber echado mano de ellas tendrían que haber sacado los pasos con tractor hace ya tiempo. "Falta cada vez más vocación entre los mo­zos. Menos mal que ellas estaban ahí para retomar la tradición." Parece que dicen los párrocos. "Se están haciendo incluso con los puestos de alta dirección de los cofrades."

     Me ha hecho pensar la cosa.   De entrada me he dicho, normal, es modus evolucioni. Con el tiempo y una caña habrá sacerdotisas, cardenalas y obispas. Papisa ya hubo una y desde entonces parece ser que el Vaticano instauró la silla sin culo esa en la que el recién nombrado pontífice se sentaba sin ropa interior y el prelado perito al efecto metía mano bajo la sotana para tocar y dar fe de que existían los santos cojones impres­cindibles para el cargo. Creo que era (¿o será es?) después de esa comprobación cuando se decía lo de habemus papam. Con la tal silla pasa como con el santo grial, pero a mi no me extrañaría que esté aún escondida en un zulo vaticano disi­mulada con un asiento postizo. Siempre estuvo la iglesia dotada de un morbo divino. Nadie como ella para pervertir lo perverso. Tampoco estaría nada mal ese corto. Pero hoy ha sido otro perso­naje el que se me ha empezado a formar en la ca­beza. La costalera. Esa mujer que pese a tener dos ovarios y un coraje que no veas elige meterse precisamente en to lo rancio para realizarse. Pa­radójico. Complejo. Normal al fin también me digo. Y ese nuevo personaje femenino empieza a tornasolear tomando cuerpo en mi magín. Podría ser la equivalente de la camionera pero en reli­gioso. Y sueña con operarse y hacerse costalero de verdad e irse a una cofradía que sea como dios manda y no admita más que hombres de pelo en pe­cho bajo el palio. Un buen frente de lucha el que se plantearía. Además tendría su novia que sería una auténtica mujer y no un machucho como el res­to de las costaleras. Una fémina de su casa que se pasa el día bordando y yendo a la iglesia a los oficios de la tarde recatada. O, no. Mejor la novia es muy fémina pero también liberada, médica o algo así, incluso medio atea y está todo el tiempo discutiendo con ella por la manía de la cofradía. O por qué no es novia de otra costalera en una cofradía mixta y entonces sufren discrimi­nación de parte de unos cuantos de los costale­ros. Uno podría ser el que está enrollao con el Padre Antonio desde cuando era monaguillo y otro el jefe del equipo de fútbol del barrio, que mal­trata a su mujer y es padre de Josemari, que a sus quince años ya piensa en seguir los pasos de la Bibi Anderson. Este tendría sueños eróticos repetidos, que le atormentan y nunca se ha con­tado ni a sí mismo, en los que vuelve a estar en la mili y le pasan cosas raras en las duchas. Uhhh, que de posibilidades cachondas. Aunque lo más sería apostar por lo sutil: una propia actual y liberada y muy por los derechos de la mujer, que tiene por ejemplo una peluquería unisex suya, que no se corta de tontear con dos o tres a la vez, que folla cuando quiere y va a conciertos cañeros y se pone de esto y de lo otro de vez en cuando. Y luego se rompe los cuernos paseando a la virgen del dolor, ídolo caro de la virginidad más añeja y de la religiosidad más abyecta. O la intercambiada, ella costalera dura y gerente de una multinacional de software y él monitor de guarderías, muy sensible, con una pluma de es­panto. De casados él pasaría a trabajar en el hogar. Y en el primer año de padre iría detrás del paso con el niño en brazos para que la madre le diera la teta en los descansos. Porque el per­sonaje más soso, más plano, ese que es una tía normal, más bien antigua, que folla con el novio cuando no lo puede evitar, que a lo mejor él es también costalero o capirucho del mismo barrio, que trabaja en una coperativa de conservas y que está más bien dentro de la norma oficial de no ser por esa manía de querer ser costalera... esa es un aburrimiento. 

Enrique López.

enriquelopez@elbarrancario.com

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